martes, 28 de julio de 2009

Don Cuco El Guapo (2da parte)




Alejandro Pedroza cruzó los brazos y los apoyó en la mesa para echarse encima de ellos. Yo hice lo mismo, pero la llegada de las cervezas nos devolvió al respaldo. Él sin embargo mantuvo los brazos cruzados, como si se protegiera de los halagos, o para no dejar escapar la emoción. Y se anudó más, cruzando la pierna.

Era la Feria de Atlixquito, la de 1993. Era la tarde noche y Don Cuco el Guapo, luego de hacer su primera presentación ante los atlixquenses, ya iba de regreso a casa, a la ciudad de Puebla.

Fueron 30 investigadores y 20 estudiantes de la Buap los que participaron en el diseño de Don Cuco: computólogos, mecánicos, físicos, músicos y escultores, quienes trabajaron 20 horas diarias durante 6 meses.

Refiero el dato porque mientras cheleábamos, a Pedroza casi lo obligaba a decir cuánta participación atlixquense había en el proyecto del androide pianista mexicano que tanto asombro causaba con sus conciertos en el mundo y el país.

Y a pesar de que le preguntaba con el celo que exige la acreditación, no tuvo empacho en reconocer la intervención atlixquense en la construcción y promoción de esa pieza de ingeniería cibernética: Arturo Reyes Lazalde, Héctor Lozada y César Guzmán, realizador este último de las caricaturas que ilustran el libro Crónicas de Don Cuco el Guapo, del autor Domingo Vera Mendoza, en el que se narran las aventuras vividas por el primer androide de fabricación mexicana durante su estancia en España y su regreso a nuestro país.

No hay duda de que Alejandro Pedroza tuvo en esos años un interés particular por Atlixquito, pues si cheleábamos para celebrar de alguna manera que por fin Don Cuco el Guapo había estado en esta ciudad, era porque vivíamos la culminación de un momento anunciado desde la presentación de ese libro, el 25 de julio de 1993, para lo que Pedroza consideró la opinión de Cecilia Cabrera, Aarón Castillo y tu servidor.

Aquella vez, la presentación del texto se hizo en un abarrotado salón de cabildos del palacio municipal de Atlixquito, donde Pedroza tuvo que comprometer la visita de Don Cuco para la feria de ese año, entre septiembre y octubre, pues chicos y grandes esperaban verlo físicamente en la presentación del libro, lo que no sucedió, causando desilusión principalmente entre los pequeños.

En la presentación de Crónicas de Don Cuco el Guapo, la delegada de Turismo en Atlixquito, Cecilia Cabrera de Campos perfiló, en una detallada descripción, la obra de Vera Mendoza, la que califico de “sensacional… que nos cuenta, con una narrativa excepcional, clara, sencilla, elocuente; como un cuento de hadas…”

Indico que la obra fue concebida pensando en la posteridad “para los niños y los jóvenes por la época que se vive: el principio de una etapa tecnológica sensacional que les tocará vivir…”

Tras hacer una amplia exposición de la trascendencia de las facultades del hombre, Aarón Castillo Suárez, miembro del comité organizador del evento, refirió una fábula en la que, “una tarde, en el huerto de Los Solares, un hombre que caminaba meditabundo pateó lo que pensó era una lata, pero que resultó ser la Lámpara Maravillosa. El genio liberado le dijo:

--Amo, me haz dado la libertad, y por lo tanto te concederé tres deseos. Pide.

--Quiero ser sabio –dijo.

Y le entregó libros de Filosofía, Psicología, Química, Física, Matemáticas y Electrónica.

--Concedido –le dijo—. Tu segundo deseo.

--Quiero tener imaginación.

Le mostró a Don Cuco.

-Concedido. Pide tu último deseo.

-Quiero que alguien narre lo acontecido.

Y le presentó a Domingo Vera Mendoza.

-Concedido, amo.

Aarón Castillo dijo del libro que “… el nacimiento y las peripecias de Don Cuco el Guapo las relata estupendamente Domingo Vera en una obra amena, fluida, divertida, cubierta de ensoñación…”

Arturo, yo dije que sentía empezábamos a caer en una forma de exageración porque el robot bien puede ser culminación, pero también principio. Sin embargo reconocí que el libro era ciertamente una pausa de obvio y justo regocijo para los mexicanos.

Y no fue hasta el día en que leí este relato de Domingo Vera Mendoza, cuando sentí descubrir dos aspectos importantes: la contribución cultural por un lado, y la evidencia de la reestablecida continuidad de la ciencia mexicana por el otro.

Agregué:

“Domingo Vera Mendoza nos hace sentir que ‘esa creación no debe ser absorbida, falsamente, por la sofisticación tecnológica en el mundo de la modernidad. Ciertamente, Don Cuco es tecnología para la ciencia médica, es en sí, el departamento de Ingeniería Biomédica del DIF estatal. Es pues, ciencia y tecnología puras, pero de un país con grandes propósitos en su preservación cultural”.

“Por eso pienso que Domingo Vera Mendoza descubre que Don Cuco usa calzones, ‘y se me antojan unos calzones en don Cuco, como aquéllos siempre prometidos en el Rancho Grande, allá, allá donde vivimos todos’. Por eso, nos refiere, le hicieron también sus espuelas para que parezca charro mexicano”.

“Y nos habla de la admiración europea por esta creación mexicana que nos hace ver que nuestra ciencia parte –pero ahora destacada— de un todo, de una historia más general y que nuestras diferencias o nuestros éxitos no son privativos de México, sino que los compartimos con otros pueblos, aun con los más avanzados”.

Resalté la evolución del papel social del científico; califiqué el relato de ameno, divertido y emocionante, y referí que sobrevivió al encuentro con famosos robots del cine internacional, a la visita de los reyes de España y a la de dos premios Nobel de Física...

Quiero creer que “es posible sumar este libro a alguna forma de historia científica que sea susceptible de integración a la historia general de México”, cité por último al autor.

Y mientras, a Don Cuco el Guapo ya lo encontrabas en el libro gratuito de Geografía de sexto año de primaria y en los libros de Español de primaria y secundaria.

Arturo, sin duda Don Cuco el Guapo es, como diría María Elena Romo Limón, el proyecto que mueve en ti la capacidad de inclinarnos ante aquello que nos sobrepasa y de extasiarnos ante lo natural y lo sobrenatural: la capacidad de ir a la búsqueda de los primeros principios y las primeras causas.

Don Cuco era vivir el asombro.

PD: Me despedí de Alejandro Pedroza esa tarde noche de feria en 1993, y fue la última vez que lo vi. Ahora confío en que Aarón Castillo sabrá ponerme en contacto con él. Sé de la buena amistad entre ellos.

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